top of page
El Mal del Pinto

~ By Eduardo Escobedo. ©2024

​

​

Mi vitiligo es una marca que comprueba que lo paranormal solo está en casa, cuando le cuento a mi mamá, ella dice que la llorona no tiene papeles como ella.

Una maldición, una marca de por vida, mi vitiligo tiene varias historias. Para mí fue un lindo regalo que se me otorgó, un recuerdo de la madre maldita, la Llorona.

 

Mi familia vive por el monte, mi traila esta al fin de la rotonda, una calle aislada donde las casas están lado a lado y cobijados por montes de zacate alto y huisaches secos. Mi apá tiene costumbre de tomarse un refresco de vidrio bien frío para la cena. En esos tiempos yo siempre iba por los refrescos con nuestra vecina, ella los vendía y siempre me regañaba por no regresarle los envases a tiempo. Como mi apá trabajaba tarde muchas de las veces cenábamos hasta que él llegara a la casa, y para ese entonces ya se oscurecía. Me daba mucho miedo caminar ni cuatro minutos a la casa de la vecina porque por donde vivo decían que espantaban, especialmente en los montes.

 

Una de esas noches tardes y oscuras mi papá me mandó a recoger unos refrescos y a regresar una cubeta llena. Con ansias y flojera me levanté y salí de la casa para poder ir, era costumbre que mi amá me dejaba irme con la puerta abierta para darme aguas, me sentía más a salvo. Llegué al frente de la casa de la vecina, pero con la piel enchinada, estuve viendo hacia el frente de su puerta, pero tenía miedo ir a tocarle la puerta. Al frente de la casa de mi vecina hay un huisache, que parece que por el paso del tiempo y el peso de los chiquillos creció hacia abajo formando una figura, como si fuera una banca. Apenas me estaban llegando las fuerzas para tocar la puerta cuando de la nada sentí que no estaba solo, sentí una mirada en mis espaldas, una mirada que hace que te endurezcas para que te veas más fuerte. Sin tener que mirar hacia atrás sabía que lo que me estaba mirando esa noche estaba sentada en el huisache. Y luego escuché su llanto, un llanto que me hizo sentir como si mi garganta y me estómago se cayeran hasta mis pies.

 

 Ayyyyy mis hijos.

 

La noche respondió al llanto, el viento empezó a silbar, y sus silbidos traían el llanto más cerca hacia mí.

 

Ayyyyy mis hijos.

 

Sentí como mis oídos pulsaban, mis ojos no se atrevieron a ver porque mi cuerpo no tenía la fuerza para dar vuelta o correr, quedé como estatua. Mi corazón estuvo latiendo a mil kilómetros por hora y tenía miedo de respirar y hacer más ruido. El viento aumentó, y yo sin moverme, hasta que sentí como un velo acarició mi espalda entera, y corrí.

Corrí como nunca había corrido y llegué mudo a mi casa, pero mi mamá vio en mis ojos el miedo que cargué. Su canto, insaciable por una paz eterna, me había serenado en medio de aquella noche. Lleno de escalofríos, mi madre maldita me dejó con ese último recuerdo antes de marcarme.

El mal del pinto dice mi mamá. Ella me cuenta que es un castigo de dios todo poderoso. De niña ella se burlaba de la gente con marcas similares y ahora ella vive con el sufrimiento que le causó a la gente, de su vientre un castigo se le otorgó.

 

El doctor me dice que es genético, por una causa de estrés tan violenta que el cuerpo no sabe cómo reaccionar entonces, el cuerpo se ataca a sí mismo. Toda mi vida mi vitiligo ha estado fuera de mi control. Cuando me preguntan “qué son esas marcas”, me trabo. Siento un hueco porque no sé cómo responder. Los gringos me ven como loco cuando les digo que la llorona me lo regaló. Ellos no creen en ella, pero yo sí, antes con más miedo y menos fe, pero ahora con menos miedo y más pena.

 

La voz de mi mamá al explicarme su versión me incomoda. Soy el producto de amor y cuidado, pero también soy producto de las malas decisiones de mis padres. Para castigarla a ella se me heredó una marca que tuvo nada que ver conmigo. A veces me pregunto si mi vida es mía o es producto de las decisiones de mis antepasados, mis ancestros. ¿En qué caigo yo? Tengo miedo de seguir una vida donde el producto sea un castigo heredado de mis ancestros. A mi doctor lo mando a la chingada. ¿Cómo puede ser que mi cuerpo me odie tanto? Si el caso fuera así, todo el mundo merece tener vitiligo. El estrés que pasé yo fue producto de otros, yo solo quería vivir en paz, pero el mundo, el universo, y las estrellas tenían otros planes para mí.

 

Mi vitiligo avanza, y yo con él. Las marcas en mi cuerpo tienen ya historias y sentimientos propios. Cuando perdí mi trabajo, una mancha apareció en mis ojos. Cuando estaba a punto de terminar la escuela, mis codillos se blanquearon. Estas historias son mías, y de mi vitiligo también. Me he vuelto un canvas donde la vida pinta sobre mí, al pasar su plumón reacciona y observa, mi vitiligo marca las historias importantes.

​

​

©2024. Eduardo Escobedo para Palabras con Alas. All rights reserved.

bottom of page